Karlkrispin’s Weblog


La advertencia del ciudadano Norton de Karl Krispin

El nudo negro del hurto
EDGARDO MONDOLFI GUDAT
emondolfi g@yahoo.es

A parte de sus bondades, que son muchas, la Internet puede ser también un cuenco lleno de ladrones.

Un territorio hostil donde es preciso moverse con los ojos bien abiertos puesto que, a cada cien pasos, anida un hacker dispuesto a despojar al primero que encuentre con la misma habilidad con que un carterista lo haría con la billetera de un transeúnte en las escalinatas del Metro.

Si no me lo creen, pregúntenselo a Max Moro, a quien hace poco le robaron una novela inédita de su computadora con sólo apretar un par de teclas. Max, por desdicha, no cambiaba sus contraseñas ni guardaba respaldos, puesto que jamás le dio crédito a la idea de que algún día podía ser desvalijado en plena vía por un ratero ciberespacial.

Lo peor del caso es que ahora anda por el mundo como una ballena herida, sumido en la depresión. Se trataba, si hemos de creerle a él mismo, de su mejor novela. La obra que, luego de mucho sudor, le había permitido redefinir su estilo narrativo en busca de una consagración que hasta ahora se había mostrado esquiva. Y bastó que se le colaran en su computadora para llevársela. Ya el mal está hecho y Max Moro tendrá que seguir asfixiándose ante la idea de que el vulgar ratero se alzara, gracias a esa obra auténticamente suya, como ganador del Premio de Novela Santiago Ulloa.

En realidad, debo admitir a estas alturas que el escritor Max Moro no existe, al menos no en este monótono y triste mundo cotidiano. Habita en cambio, y muy a sus anchas, gracias al hecho de que Karl Krispin, en su más reciente novela, La advertencia del ciudadano Norton , publicada por Alfa, lo ha tomado como pretexto para fabricar una formidable historia en torno a ese nudo negro del hurto que es la Internet.

En medio de un tropel de personajes y episodios, de coincidencias maravillosas y casualidades alucinantes que se van anudando a lo largo de la obra, Max Moro sucumbe al chantaje de mantener un diálogo electrónico con el captor de su novela hasta terminar convirtiéndose, sin él saberlo, en rehén de su propia ficción y sus propios prejuicios. Krispin arriesga mucho y lo hace bien, puesto que los intercambios que va librando el correcto y liberal Max Moro con el anarcoterrorista y antiglobalizador que se vale del teclado para birlarle su novela, condensan a la vez, como lo ha dicho Armando Coll, una astuta sátira sobre un mundo lleno de rutas sin rumbo que es, a fin de cuentas, el mundo contemporáneo.